Suena el despertador, y a Jaime le cuesta saber si es de día o de noche, miércoles o sábado. Su horario laboral le desorienta: alterna semanas de turno de mañana con otras de tarde, de noche y de descanso. Necesita varios días para adaptarse a cada cambio, y no pocas veces se siente irritable o se le entumecen los músculos. “A la larga, tu vida personal se re- siente –afirma–. Intento seguir unas rutinas muy estrictas para no perderme en todo este desorden”. No exagera. Las personas sometidas a turnos de trabajo rotativos sufren una especie de jet lag continuo, similar al que se experimentaría si se viajase de Madrid a Nueva York cada pocos días. Ello las hace más propensas a desarrollar enfermedades de tipo neurológico, diabetes, obesidad e incluso cáncer, según indican numerosos estudios científicos. Es la consecuencia directa de alterar el reloj biológico interno.

Que durmamos de noche y permanezcamos activos durante el día no es casual. Se debe a que somos seres rítmicos. Todas nuestras funciones biológicas –desde el patrón del sueño hasta la secreción de hormonas, la regeneración de células o la actividad cerebral– varían de acuerdo con cambios ambientales. Estos cambios se producen en intervalos regulares cercanos a las 24 horas. Por eso llamamos ritmo circadiano (del latín circa dies, cercano a un día) al timing diario que sigue nuestro reloj biológico. 

Publicado en la revista Historia y Vida en enero de 2014

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