Verano de 1965. A pesar de tener solo veinticuatro años, Bob Dylan consideraba seriamente abandonar su carrera. Se sentía agotado, hastiado de su propia música; pensaba que ya no tenía nada más que decir. Así que, tras una extenuante gira por Inglaterra, se mudó a una cabaña en Woodstock, en el estado de Nueva York. Ni siquiera se llevó su guitarra. Pero entonces, un día, sin saber muy bien por qué, cogió un lápiz y un cuaderno y empezó a garabatear: “How does it feel? How does it feel?…” (¿Qué se siente? ¿Qué se siente?…). Su mano no paró de moverse durante horas: “To be on your own, with no direction home, like a rolling stone” (A solas, sin rumbo a casa, como un canto rodado). Aquellos versos aparentemente sin sentido -“un largo fragmento de veiente páginas”, según el arsita- dieron lugar a una de las mejores canciones de todos los tiempos.

Puede que ‘Like a Rolling Stone’ no existiera si Dylan no hubiera decidido tirar la toalla. A menudo, el proceso creativo comienza con un sentimiento de frustración por no ser capaz de encontrar una respuesta. Y en el mejor de los casos, acaba con una especie de Epifanía en la que todo está claro de repente. Es el momento ‘¡eureka!’, interjección que supuestamente pronunció Arquímedes al descubrir el principio físico que lleva su nombre. Los anglosajones lo llaman ‘Aha! Moment’. Pero ¿qué ocurre exactamente en nuestro cerebro en ese instante iluminador?

Publicado en la revista Muy Interesante en septiembre de 2015

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