En septiembre de 2012, el auditorio Jean-Pierre Miquel de Vincennes, en París, fue testigo de un experimento musical peculiar. Unas trescientas personas, entre músicos, lutieres, ingenieros de sonido y críticos, observaron desde sus butacas la actuación de diez virtuosos del violín llegados de distintos rincones del planeta. La investigadora al frente de esta prueba, la experta en acústica Claudia Fritz, los había invitado a participar en un test a ciegas. Los solistas debían decidir qué instrumento se llevarían a una hipotética gira entre doce violines: seis modernos, fabricados por lutieres franceses y estadounidenses, y seis antiguos, de las marcas Stradivarius y Guarneri. Debían tocar en la penumbra, con los ojos cubiertos con gafas de sol y las fosas nasales tapadas por una mascarilla perfumada, para no tener ningún referente visual y olfativo. Durante setenta y cinco minutos, cada uno de los participantes pudo tocar los doce violines y comparar las diferencias tonales entre todos ellos.
Los resultados del estudio, publicados el pasado mes de abril en la prestigiosa revista estadounidense Proceedings of the National Academy of Sciences, fueron sorprendentes. Seis de los diez intérpretes prefirieron los violines de fabricación reciente, y ninguno de ellos supo distinguir los instrumentos antiguos de los modernos. Según Fritz, investigadora del Instituto Jean le Rond d’Alembert, estos datos contradicen la opinión generaliza- da, según la cual los Stradivarius presentan unas cualidades tonales que no pue- den ser igualadas por los instrumentos actuales. Pero, entonces, ¿por qué músicos, científicos, lutieres e historiadores llevan décadas intentando explicar el secreto de su extraordinario sonido? ¿Qué los hace tan especiales?
Publicado en la revista Historia y Vida en octubre de 2014
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